Los centros de ciencia no son simples lugares donde los visitantes tienen una buena experiencia de aprendizaje o se divierten en una tarde lluviosa; son instituciones extraordinarias que transforman la manera en que la gente de todas las edades piensa y actúa.
Declaración de Mechelen (Science Centre World Summit –SCWS-, 2014).
Los museos de ciencia contemporáneos, que aparecieron y se desarrollaron intensamente en el pasado siglo, se constituyen en la actualidad como un medio de comunicación al servicio de distintos propósitos de comunicación científica. Mientras que los museos de ciencia clásicos se erigían sobre todo como fines en sí mismos —con su colección como activo fundamental— los museos contemporáneos son, mucho antes, medios al servicio de una función comunicativa que tiene su base en los recursos de un lenguaje singular y propio: el lenguaje museográfico. Desde este punto de vista, por lo tanto, el museo de ciencia contemporáneo podría entenderse como una herramienta para la comunicación científica que emplea especialmente el recurso comunicativo del lenguaje museográfico.
Este relativamente reciente enfoque social que los identifica como medios de comunicación al servicio de la comunicación o divulgación de la ciencia, hace que los museos de ciencia constituyan en realidad una disciplina nueva. Aunque los museos de ciencia existan desde hace siglos, entendidos como un medio de comunicación social son establecimientos recientes y, debido a ello, todavía faltos de mucho desarrollo profesional: el proceso conceptual de conversión de finalidad a medio puede no haberse completado aún en bastantes aspectos, de modo que los recursos de que disponen los museos de ciencia contemporáneos frecuentemente todavía se corresponden con esquemas tradicionales que proceden de los tiempos en que los museos de ciencia eran fines en sí mismos.
Solo en los últimos veinticinco años el número de museos de ciencia se ha multiplicado por diez en todo el mundo. Este rápido —y excitante— crecimiento ha traído aparejado un acelerado desarrollo que probablemente no siempre haya sido todo lo sostenible, efectivo, equilibrado y progresivo que hubiese sido de desear desde el punto de vista social y profesional[1]. En los casos más afortunados, profesionales brillantes sacan adelante excelentes museos de ciencia trabajando con pasión y entrega en el contexto de amplios equipos humanos, una agudeza —a menudo aportada por ciertas individualidades— que les permite paliar hasta cierto punto las limitaciones formativas inherentes a un joven sector. En otros casos mucho menos celebrados, los museos de ciencia contemporáneos se desarrollan en contextos en los que unas indiscutibles buenas intenciones lamentablemente no vienen acompañadas de la formación adecuada. Los museos de ciencia pueden devenir entonces tierras de nadie en las que campan por sus respetos el adanismo y la improvisación —cuando no un cierto capillismo— frecuentemente en el contexto de una acusada confusión estratégica agravada por una agitada gestión ejecutiva. Eclecticismo y dinamismo se confunden en estos casos con dispersión y precipitación, y puede acabar diluyéndose la función del museo de ciencia y su rol en la sociedad. Por otra parte, aunque los períodos de crisis económica suelan aparecer como causa de todas las desgracias, seguramente sea preciso apelar también a otras razones para explicar diferentes dificultades de los museos de ciencia contemporáneos.
En sus inicios, casi todas las profesiones suelen empezar siendo meras dedicaciones, nutriéndose en primera instancia de personas que proceden de otros campos. Durante los comienzos de la aviación, por ejemplo, concurrieron arbitrariamente a esta disciplina desde mecánicos aficionados a millonarios excéntricos, pasando por ingenieros industriales, constructores de cometas o acróbatas. No obstante, hoy en día la aviación, como disciplina perfectamente madura y autónoma que ya es, dispone de sus propios y eficaces cauces formativos y profesionales perfectamente convenidos y reglados.
Los museos de ciencia contemporáneos —siempre entendidos como medios de comunicación, se insiste— no han sido menos que otras disciplinas en sus compases incipientes, y en las últimas décadas han acogido a un colectivo diverso de recursos humanos de orígenes dispares: desde la ciencia al interiorismo, pasando por el periodismo, la ingeniería, el marketing, el diseño, la archivística, la pedagogía, la historia o incluso la arquitectura. Totalmente al margen de cualquier consideración sindical o gremial, probablemente empieza a ser ya el momento de pensar en crear de forma determinada una profesión a partir de lo que hasta ahora ha sido sobre todo una dedicación. Trabajar para un museo de ciencia contemporáneo debería ir dejando de ser una circunstancia para ser una opción, y el habitual autodidactismo de campo como mecanismo de formación de los trabajadores del sector —de resultados más o menos afortunados— debería ser reemplazado por una profesionalización adecuada y explícita.
No parece oportuno que los museos de ciencia sigan siempre instalados en la táctica del ensayo-error, aunque éste sea un estilo de gestión que seguramente resulte necesario cuando se empieza en cualquier disciplina. La existencia, supervivencia y éxito de museos de ciencia en la sociedad actual tampoco puede seguir siendo algo que dependa de que afloren de vez en cuando diversos perfiles muy singulares de genios o visionarios que los impulsen prácticamente uno a uno en el marco de proyectos que muchas veces son casuales cuando no heroicos. De los mismos museos de ciencia contemporáneos debe nacer sin dilación una base profesional propia; un tejido de fundamentos formativos detallado pero con capacidad de desarrollo, aunque también sin espacio para arbitrariedades. Unas bases hechas a la medida de las necesidades de los nuevos profesionales, con el fin último de asegurarle a la sociedad la existencia regular y sistematizada de museos de ciencia buenos y relevantes que aborden las verdaderas necesidades de cultura científica de los ciudadanos a los que el museo se debe.
En una ocasión, durante una conversación que mantuve con un importante investigador, éste ironizaba con los museos de ciencia contemporáneos comentando que las definiciones de museo son tantas que siempre puedes escoger la que más te convenga a aquello que quieras hacer. Sin duda es un comentario ingenioso y divertido, pero sería lamentable que tuviera alguna verosimilitud en la práctica: en la sociedad contemporánea las instituciones socioeducativas que pretendan alguna relevancia y que aspiren a ser sostenibles, deben responder a definiciones y enfoques claros y concretos, lejos de ambigüedades, vaguedades o abstracciones, incluso aunque éstas vengan disfrazadas de un presunto sentido ecléctico o visionario.
Diversos enfoques propios de la sociedad neoliberal contemporánea han podido afectar al delicado proceso de desarrollo de los museos de ciencia contemporáneos; delicado proceso debido tanto a lo meteórico de sus ritmos en las dos últimas décadas, como a la falta de bases académicas y teóricas sólidas y generalmente establecidas y admitidas. En 1967 Guy Debord[2] dibujó una comunidad en la que una vida social que fue en otros tiempos auténtica se había convertido en su versión representada, en el contexto de la mercantilización de todo: una deriva del interés por ser hacia el interés por meramente tener, y a su vez una deriva del interés en tener por el interés sencillamente en parecer. En 1995, George Ritzer[3] analiza la tendencia a diseñar productos y servicios con la máxima racionalidad y de la forma más reglada y normalizada posible, en pos de crear un mercado tan rentable como deshumanizador. En 2001 Neil Postman[4] habla del proceso que diversos medios de comunicación han vivido hasta convertirse, en última instancia, en cauces para procurar entretenimiento, como si prácticamente todo fuese susceptible de devenir finalmente puro entertainment. En 2014, Byung-Chul Han[5] denuncia la pérdida de libertades intelectuales en un mundo controlado por grandes poderes relacionados con el consumo, los cuales utilizan a nivel preconsciente la ingente cantidad de información que los mismos ciudadanos objeto de este control proporcionan al sistema de forma efusiva y voluntaria.
En este complicado contexto social el museo de ciencia contemporáneo se ha desarrollado desigualmente. En algunos casos, la tendencia generalizada a la mercantilización de los servicios, así como la ponderación frecuentemente sólo cuantitativa del impacto de cualquier iniciativa abierta al público, ha podido tener el efecto de reducir algunos proyectos de museos de ciencia a una oferta de ocio más —quizá con un cierto barniz cultural— en la que la ciencia puede resultar paradójicamente desaparecida, ello en detrimento de cultivar el concepto de un establecimiento verdaderamente comprometido con el cambio social y cultural de una comunidad. En estos casos, los visitantes han acabado siendo más el objeto de un servicio que el sujeto de una transformación.
Este libro habla de cómo un museo de ciencia puede llegar a ser una herramienta de transformación de la sociedad y pretende proponer una reflexión. Se trata de un ensayo sobre los museos de ciencia contemporáneos que plantea muchas más preguntas que respuestas y que sólo aspira modestamente a producir un momento de introspección en un sector en el que no abundan compases reservados a la reflexión. Ha sido escrito en base a mi propia experiencia profesional —tanto en la práctica de la profesión como en la docencia— pero sobre todo en base a tantas cosas aprendidas de tantas personas durante todos estos años y a las que debo toda mi admiración y gratitud. Esto último ha sido algo que he intentado recoger explícitamente en el último episodio dedicado a referencias y recursos, al menos hasta donde he sido capaz.
El libro plantea algunos fundamentos museísticos generales y propone que podrían configurar la base conceptual de un eventual museo de ciencia contemporáneo que pretenda determinadamente obtener una relevancia social —algo que, por otra parte, en todo caso se acepta que siempre podría ser compatible con otro tipo de objetivos o funciones—. Y lo hace desarrollando seis aspectos que un museo de ciencia contemporáneo podría esgrimir como elementos básicos clave para conseguir ese impacto ciudadano que le permitirá ocupar el espacio social al que está llamado.
Este libro reivindica el lenguaje propio de ese medio de comunicación que hoy es el museo de ciencia: el lenguaje museográfico. Pretende abogar por los activos de este lenguaje singular y autónomo en un contexto profesional en el que a veces —y muy paradójicamente— es poco comprendido y menos usado, en favor de otros lenguajes que ya disponen de sus propios espacios y recursos. Frente a un concepto de museo de ciencia que en ocasiones resulta más difuso que ecléctico al identificar su papel social y los recursos comunicativos empleados, se apuesta por un museo de ciencia plena y eficazmente centrado en aquella forma de comunicar ciencia que se corresponde con el lenguaje que le es propio y autóctono. No se trata de reducir las posibilidades de un museo, sino de condensar los potenciales del mismo para hacerlo socialmente necesario e imprescindible.
Para la idea del título me inspiré en Som Educació/Somos Educación. Enseñar y aprender en los museos y centros de ciencia: una propuesta de modelo didáctico. Esta obra —que personalmente considero que es un texto indispensable del sector— utiliza magistralmente este concepto de la transformación a través del lenguaje museográfico y habla del museo transformador. Cuando lo leí me pareció un enfoque perfecto para un museo de ciencia contemporáneo comprometido con su comunidad, que aspire inconfundiblemente a optimizar la cultura científica de los ciudadanos, y también que esté determinado a demostrar que efectivamente lo consigue. Un museo que persiga un efecto intenso y duradero en las personas. Un museo que quiera ser verdaderamente trascendente y alejarse de cantos de sirenas, enfoques estéticos más que éticos o valoraciones sólo cuantitativas de su impacto social.
Como texto que pretende hacer pensar, no hay recetas en este libro. A pesar de la carencia de bases académicas y teóricas propias del sector de los museos de ciencia contemporáneos a la que antes me refería, si algo abunda en este gremio son los excelentes manuales y recetarios de todo tipo y para toda ocasión. Me parece que no siempre la influencia de estos apetecibles textos ha sido del todo positiva, ya que en ocasiones han podido servir para fomentar en los museos una priorización de la acción ejecutiva inmediata, en detrimento del cultivo de una acción estratégica previa adecuadamente meditada y planificada para cada museo y comunidad.
Probablemente los museos van a ir perdiendo sus apellidos progresivamente: museo de arte, museo de ciencia, museo de historia… Las fronteras interdisciplinares —casi siempre relacionadas sólo con las necesidades administrativas de los planes de estudio— muestran cada vez con más intensidad sus limitaciones, pero seguramente lo hacen en especial medida en los museos, los cuales ya plantean una mayor transversalidad en su forma de abordar los contenidos. A pesar de lo anterior, este libro se ha centrado en los museos de ciencia contemporáneos concreta y específicamente, pues estos son los museos a los que me he dedicado. Personalmente opino que muchas de las cosas que aquí se tratan serían extrapolables a otros tipos de museos —o instituciones culturales— pero creo que no me toca a mí decir hasta qué punto ni en qué casos.
Como decía antes, este libro propone modestamente un compás de reflexión, motivo por el que está articulado sobre la pretensión de devenir un proyecto en gran medida colaborativo. Su disponibilidad on line —complementando la publicación en papel— aspira a facilitar al máximo su lectura a fin de poder recabar opiniones, críticas y todo tipo de comentarios de sus lectores con la mayor facilidad posible. Mi aspiración es poder escribir en un futuro próximo un nuevo volumen basado en el mismo concepto del museo como ente socialmente transformador, pero en este caso incorporando las contribuciones de todos los lectores que quieran enviarme sus impresiones. Puede que el lector descubra algunos conceptos o ideas que aparecen en más de un capítulo. Esto es debido a las necesidades de la publicación on line, el uso de la cual permite acceder de forma no secuencial a los distintos episodios.
Como se comentará a lo largo del libro, los museos de ciencia pueden orientarse a muchos objetivos. Si se acepta que los museos son hoy un medio más para la comunicación de algo, obviamente podrán servir casi para cualquier finalidad comunicacional que se pretenda, por lo que será posible dedicar un museo de ciencia prácticamente a cualquier propósito y orientar su gestión según infinidad de objetivos.
Pero también puede apostarse por un museo de ciencia con una dimensión trascendente y relevante: un espacio singularísimo y de talante profundamente social, que esgrima un claro código de valores y que emplee plenamente los recursos del lenguaje museográfico para comunicar ciencia en diálogo con otras disciplinas y para mejorar los recursos intelectuales y la cultura científica de su comunidad; un museo que pretenda verdaderamente cambiar a las personas que lo visitan y no sólo contarlas.
El museo de ciencia transformador no está obsesionado por el número de visitantes, pues su gestión se basa en un proceso artesanal y no industrial que pretende conseguir finalidades que vayan mucho más allá de entretener, intentando meter mucho museo en las personas antes que muchas personas en el museo. Este tipo de museo asume mecanismos de gestión similares a los de las entidades del Tercer Sector social y disfruta de la visión amplia y de largo plazo de una dirección estratégica consolidada que ejerce un verdadero liderazgo sobre una acción ejecutiva centrada en la eficiencia y en los resultados constatables. Este tipo de museo demuestra que lo que realmente quiere es conseguir un impacto en la vida de las personas estimulándolas en la búsqueda del conocimiento, dado que eso —y justamente eso— es lo que evalúa sistemáticamente.
El museo de ciencia transformador es un museo de y para su entorno local aunque a la vez tiene vocación universal. Un museo que se entiende como toda una causa social y que por ello aspira a ostentar un verdadero liderazgo cultural en su comunidad. Por este motivo fomenta la participación de los visitantes en todos los modos posibles, buscando generar una intensa complicidad con sus beneficiarios. Y estudia a fondo su entorno social, aunque no para conseguir más visitantes, sino para conseguir más transformaciones. El museo transformador evita el adanismo, la diletancia, el ombliguismo, el reduccionismo o la autocomplacencia, y apuesta por activos como el conocimiento, la experiencia, el trabajo en red, la visión elevada y la búsqueda sistemática de la excelencia en el marco de un equipo humano diverso pero a la vez cohesionado y plenamente identificado con la misión social del museo; un equipo humano tan apasionado como adecuadamente formado.
El museo transformador se asegura de estar ofreciendo algo alternativo y complementario a lo que puedan ofrecer otros lenguajes, de modo que el museo conforme una verdadera experiencia intelectual singular de relevancia transformadora fundamentada en el uso de un lenguaje museográfico de calidad, el cual a su vez se basa en los activos de tangibilidad que le son propios. El museo de ciencia transformador investiga, desarrolla e innova el lenguaje museográfico con entusiasmo pero también con los pies en el suelo, pues no está interesado en la megalomanía sino en los resultados sociales. El museo transformador trabaja con la escuela y no para la escuela y es un museo plenamente accesible e inclusivo. Y si fuera preciso buscar un anglicismo para la función social del museo de ciencia transformador, sería mejor el de enlightenment que el de entertainment.
Dedicado con todo cariño y respeto a todos los que creen —y luchan cada día —en los museos de ciencia.
Guillermo Fernández,
Tarragona, a 2 5 de Diciembre de 2018
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SIGUIENTE: Las características del lenguaje museográfico.
[1] Dada la capacidad de atracción de los museos contemporáneos de ciencia para amplios estratos de población, cabría pensar hasta qué punto ese crecimiento ha respondido a un afán por la divulgación científica o a un afán por conseguir otros objetivos.
[2] La sociedad del espectáculo.
[3] La McDonaldización de la sociedad.
[4] Divertirse hasta morir: el discurso público en la era del Show Business.
[5] Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder.