Aunque este texto se dedica especialmente a los museos de ciencia, lo hace consciente de que las fronteras conceptuales entre museos en la actualidad tienen la tendencia de tornarse progresivamente difusas[1]. Se trata de una tónica que afecta a diversos aspectos del conocimiento y no solo a los museos. Las sociedades actuales, con demasiada frecuencia inclinadas a establecer estructuraciones rígidas y todo tipo de reglamentaciones, han fomentado unos sistemas educativos que segmentan el conocimiento en parcelas discretas e incluso confrontadas, porciones que tienen más que ver con ciertas necesidades administrativas para articular planes de estudio que con la verdadera naturaleza del conocimiento[2].
Seguramente es necesario y lógico clasificar el conocimiento según algunos criterios —aunque sean imprecisos— para poderlo manejar mínimamente (por ejemplo la típica descripción de asignaturas en los sistemas educativos). El problema radica en que a veces parece perderse de vista, muy sorprendentemente, el hecho de que estas clasificaciones son sólo un modelo creado por las personas en gran medida arbitrariamente, con el fin de poder afrontar una serie de necesidades de gestión que en realidad tienen poco que ver con la naturaleza de ese continuum que es el conocimiento universal.
Un paradigma de este tipo de separaciones artificiales que en realidad se produce por necesidades estrictamente curriculares es la existente entre ciencias y letras[3]. No se trata solo de algo que choca frontalmente con el admirado espíritu del Renacimiento, sino que esta falsa dicotomía se les presenta a los jóvenes en etapas muy tempranas de su formación, obligándoles a elegir entre dos inmensas disciplinas plenamente interconectadas desde una visión holística del conocimiento, y forzando en ellos la sensación de que acaso existen antagonismos entre ambas, cuando en realidad lo único que existen son siempre complementariedades. Esta separación artificial —y en muchos casos profundamente reduccionista y parcial— ha penetrado de tal modo en la sociedad que se ha instituido como una especie de clasificación aplicable incluso particularmente a las personas. Así, es habitual oír una jocosa explicación en este sentido cuando alguien se confiesa poco hábil con los ordenadores, con el cálculo mental básico o sencillamente configurando el teléfono móvil: es que soy de letras. Análogamente, alguien poco ducho en escribir una carta de amor o en reconocer el estilo arquitectónico de una catedral, es probable que alegue más o menos en broma que es de ciencias[4].
En las biografías de Leonardo da Vinci se suele decir del genio del Renacimiento que tenía diversas profesiones tales como anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, físico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero o urbanista. Por descontado que Leonardo no ejercía de forma consciente ninguna de estas profesiones; en realidad era un visionario de enfoque intelectual amplio y transversal que concebía el conocimiento como un lienzo continuo. No obstante y por lo visto, en la actualidad no ha sido posible encontrar otra forma de describir la actividad del polímata italiano más que sobre la base de enunciar una larga serie de disciplinas relacionadas con las convenciones de los planes de estudio disponibles.
Afortunadamente, distintas iniciativas contemporáneas que no vendría al caso detallar en este texto muestran una tendencia a intentar amortiguar progresivamente esta fragmentación del conocimiento, y probablemente ello configure uno de los propósitos más ambiciosos que puede plantearse el lenguaje museográfico contemporáneo. En diferentes museos ya es muy notable una tendencia a enfocar las temáticas de las exposiciones desde ópticas mixtas, transversales y diversas[5]. Así, cada vez con más frecuencia un mismo tema se toca en el ámbito de la exposición contemporánea simultáneamente desde un enfoque científico, histórico, antropológico, artístico o medioambiental, de modo que los temas básicos de las exposiciones se relacionan transversalmente con campos tales como la música, la poesía, la cocina, la pintura, la tecnología o el deporte. Y todo ello de una forma refrescantemente transversal e independiente del tipo de museo que se trate. Según esta tendencia, todos los museos podrían ir perdiendo su apellido; dejando de llamarse museos de ciencia, museos de arte, museos de historia o museos de arqueología para orientarse hacia un enfoque museográficamente holístico: museos polímatas liberados de encorsetamientos curriculares o disciplinares; museos del futuro que —paradójicamente— se parecerán mucho en su enfoque temático y fundamental a las wunderkammers del Barroco.
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[1] Podría hablarse de una museística fuzzy, del mismo modo que existe el concepto fuzzy logic en sistemas digitales.
[2] Recordaría esto de alguna manera al mapa político de África, algunas de cuyas fronteras siguiendo líneas perfectamente rectas nunca dejan de sorprender a quien cree que la diferenciación entre países, ya que ha de existir, debería tener más que ver con argumentos culturales o sociales que con los tiralíneas de los estadistas.
[3] Otras «dudosas dicotomías» de este tipo podrían ser las existentes entre ciencia y arte, entre cuerpo y mente o entre teoría y práctica.
[4] En este sentido cabe destacar el significado de base del término Humanidades, un concepto que incluye prácticamente todas las disciplinas menos la ciencia, y que sugiere de algún modo que la ciencia acaso no fuera una actividad propia de la humanidad.
[5] Esta intención no es nueva, y ya en el IX Congreso del ICOM en 1971 se manejaba un propósito de fomentar un diálogo entre disciplinas como base de la gestión de contenidos de los museos contemporáneos.