Uno de los aspectos básicos de la evaluación es que resulta una actividad fundamental en el desarrollo tanto del museo como organización, como de la propia profesión de museísta. No se evalúa para juzgar o criticar, sino para crecer y mejorar, huyendo de la tan humana autocomplacencia, o también de esa costumbre tan extendida que radica en usar sólo la opinática en la toma de decisiones sin añadir más elementos de información[1].
En cualquier disciplina resulta imposible desarrollarse como profesional si no se tiene algún feedback sobre la verdadera eficacia de lo que se hace. En el caso de los museos de ciencia de intención transformadora —que esgrimen objetivos de base profundamente cualitativa— esto es aún más cierto si cabe. La falta de labores de evaluación rigurosas y regularmente aplicadas, con el tiempo pueden afectar intensamente a la capacidad de los profesionales del sector, quienes pueden sentirse desconectados del impacto social de su trabajo e incubar progresivamente la aciaga sensación de conocer muy poca cosa acerca de la verdadera relevancia de su labor, de cuyas consecuencias sociales apenas les llega algo más que un dato cardinal de visitantes. Siendo que los recursos humanos son un factor clave en el museo de ciencia, la evaluación se revela una vez más como un aspecto básico para el museo, también porque contribuye al desarrollo profesional del equipo humano[2].
Como cualquier otro lenguaje, el lenguaje museográfico ha ido evolucionando a lo largo de los años, pues se trata de una disciplina dinámica y siempre abierta al desarrollo e innovación. Como ya se ha tratado en episodios anteriores, no resulta absurdo usar este acrónimo contemporáneo (I+D+i) para expresar que el ejercicio de la museología también precisa esfuerzos ciertos de investigación: una suerte de I+D+i aplicado al lenguaje museográfico. El museísta es también un investigador que, en las salas, día a día, prueba, observa y pone a punto nuevos mecanismos cada vez más eficientes para comunicar conceptos a través de la exposición, producto propio del lenguaje museográfico. Y la evaluación es una parte fundamental de toda esa actividad investigadora[3].
Además, los buenos proyectos de evaluación permiten a los museos rendir cuentas. A fin de garantizar su supervivencia —e independencia— los museos de ciencia deben afrontar el reto de diversificar sus fuentes de financiación. Esto es algo que probablemente marcará la gestión museística de los próximos años y que se verificará en el marco de distintas formas de colaboración con el sector privado en la búsqueda de nuevos marcos de financiación. En este caso será preciso poder explicar con toda claridad a los diferentes partners no solo cuál es el propósito social y la planificación estratégica del museo, sino en particular cuáles con los resultados asociados a las dotaciones económicas que se hagan al museo. Estas labores de accountability (empleando el conciso término anglosajón[4]) serán en un futuro próximo cruciales para mantener la viabilidad de los museos, y tendrán su marco de desarrollo en el contexto de un buen programa evaluativo que muestre y demuestre cómo impactan socialmente los recursos dedicados. La exposición más cara es siempre la que no cubre adecuadamente sus objetivos de transformación social, y en la mayoría de los casos la inversión en evaluación se acaba justificando sobradamente.
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[1] La intuición e incluso la opinática son formas de conocimiento que pueden encerrar aspectos muy interesantes para la gestión del museo, pero siempre que se utilicen combinados con datos reales y rigurosos.
[2] A modo de comparación: cabe imaginar qué clase de desarrollo profesional podría alcanzar un supuesto médico que apenas recibiera feedback cualitativo sobre los efectos que en sus pacientes tienen los tratamientos que les prescribe.
[3] Algunas prácticas de evaluación pueden necesitar de planificaciones a largo plazo o incluso a muy largo plazo, pues la constatación de algunos objetivos expresados por los museos de ciencia contemporáneos puede demandar labores evaluadoras de amplio recorrido temporal, labores que requieran necesariamente del transcurso de bastante tiempo.
[4] El término accountability se identifica con todas aquellas gestiones que lleva a cabo una determinada organización con el fin de rendir cuentas acerca de cómo, de qué manera y con qué resultados ha empleado una serie de recursos que le han sido dedicados.